Intimamente ligada con la religión cristiana, la noción de
templanza es aquella que se refiere a la virtud que puede desarrollar el ser
humano como ser conciente y racional de encontrar el justo equilibrio de todas
las cosas. Así, el hombre es el único de los seres vivos que puede sobreponerse
a los instintos, que puede dejar de lado los placeres y que puede desarrollar
niveles de placer mucho más elevados a través de actividades no relacionadas
directamente con el placer corporal.
La templanza, independientemente de la religión, es una
virtud que se puede encontrar en todos y cada uno de los seres humanos ya que
todos poseemos la capacidad de encontrarnos más allá de los placeres carnales y
sensoriales. La templanza representa la capacidad que tiene el ser humano de
elevarse en cuerpo y espíritu para desarrollar un estilo de vida en mayor
contacto con aquello que nos rodea desde un punto de vista emotivo y
espiritual.
Mientras que en las sociedades actuales se incita
permanentemente a la búsqueda del goce a través de actividades relacionadas con
lo sensorial o lo sexual, también existen numerosas y variadas formas de lograr
la templanza a través de la comunicación entre los seres humanos, la filosofía,
el arte. En este sentido, la templanza también fue alabada por sociedades
racionales tales como la griega, aquella en la cual la presencia de la razón,
el equilibrio y la mesura fueron elementos fundamentales de pureza espiritual y
mental.
La templanza se opone al desenfreno, al goce descontrolado y
desbocado, falto de objetivos o intereses y meramente sensorial. Normalmente,
se considera que el logro de niveles adecuados y certeros de templanza tiene
que ver con la paciencia y el paso del tiempo como elemento fundamental para
que el ser humano gane experiencia, medite y se acerque más a la perfección.
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