Al compás de un suspiro puede aparecer un sentimiento de
tristeza y unas palabras: “Me siento vacía”. Y, generalmente, el estado que
corresponde esta frase suele ser de gran malestar. El suspiro que acompaña a
esta sensación delata una suerte de nostalgia, de añoranza por algo que se
perdió. No se trata de algo concreto y palpable, que podamos señalar y nombrar,
sino que más bien correspondería a un estado de ánimo, a un sentimiento. Lo que
se añora es, pues, una situación de lleno absoluto, donde el desasosiego que
produce la sensación de vacío no tendría razón de ser. Pero ¿hemos llegado en
alguna ocasión a vivir tal situación? Tal vez sí, porque la separación que
supone el nacimiento fue precedida por un estado de plenitud en el interior de
un espacio en el que no existía ninguna clase de carencia. El vacío, pues, se
relaciona con la vida, con la separación, con el progresivo reconocimiento de
un yo individual y diferente de los otros.
Es posible que en los lugares menos accesibles de nuestra
conciencia haya quedado alguna huella de aquella situación en la que nada nos
faltaba. Por ello, en algunos momentos complicados de nuestra vida sentimos la
nostalgia y el deseo confuso de regresar a esa caverna mítica.
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