Así como sucede con todas las emociones, la felicidad, tiene
una explicación fisiológica, resultado de una actividad neural fluida en la
cual los factores internos y externos interactúan mutuamente estimulando el
sistema límbico, que es aquel que está conformado por varias estructuras
cerebrales como ser: el tálamo el hipotálamo, hipocampo, amígdala cerebral,
séptum, cuerpo calloso y mesencéfalo y sobre el cual descansa la función la de
dar respuesta a los estímulos emocionales que lo requieran. En este sentido, se
destaca la participación de determinadas sustancias, como la dopamina, un
neurotransmisor involucrado en la mayor parte de los fenómenos que generan
placer, como la propia felicidad y la recompensa. Es por ello que ciertos
fármacos que actúan sobre los circuitos cerebrales conectados mediante la
dopamina se relacionan con el bienestar, como ocurre con la mayor parte de los
antidepresivos modernos.
En tanto, la felicidad no es igual para todos y esto es
porque todos los seres humanos somos únicos e irrepetibles, lo cual nos lleva a
tener diferentes aspiraciones, ambiciones y metas en la vida, las cuales
también tendrán mucho que ver con el logro o el fin al cual tendemos los
humanos que no es otro que alcanzar, en lo que hacemos y junto al entorno
afectivo que hayamos elegido, la felicidad.
Entonces, será por estas diferenciaciones propias de la
especie humana que para algunos, por ejemplo, casarse con la persona que se ama
es equivalente a la felicidad, pero para otros esto mismo no implique la
felicidad y si lo sea emprender un viaje hacia algún destino que siempre añoró.
También y siguiendo por este mismo camino, hay personas que son felices
viviendo una vida sin muchos sobresaltos y cambios, en cambio, hay otros que
creen que una vida rutinaria sin emociones, ni adrenalina equivale a una
existencia frustrada, la principal causa de la infelicidad según dicen.
De esto se desprende que la felicidad es un proceso interior
que dependerá más de los ideales de vida que tengamos y nos hayamos propuesto,
más que de una convención social impuesta por la sociedad en la cual vivimos y
esto resulta muy evidente sobre la base que aquello que me hace feliz a mí,
puede y no tiene por qué hacer feliz a quien tengo a mi lado. Esta aparente
contradicción ocurre en todas las escalas de la existencia humana, desde el
propio mundo interior de cada ser humano, pasando por las parejas, las familias
nucleares, las pequeñas comunidades e incluso las naciones. En este contexto,
fenómenos como la filantropía, el altruismo o la fe se consideran herramientas
que buscan en el fondo alcanzar la felicidad personal en la búsqueda de la
felicidad de los otros, acaso uno de los caminos de mayor nobleza en este
sentido.
No obstante, es prudente diferenciar a la alegría de la
felicidad, ya que se postula que la felicidad requiere de una sublimación
racional de las emociones. Así, un animal puede estar alegre o contento, pero
resulta difícil precisar si está feliz. En cambio, un ser humano puede
encontrarse tanto alegre como feliz, o bien alegre pero no aún feliz.
De todos modos, es apropiado reconocer que la felicidad no
sólo dependerá de las grandes aspiraciones que se puedan concretar una persona,
sino que las pequeñas cosas del día a día, así como la solución de aquellos
aspectos cotidianos que surgen como diminutos desafíos también contribuirán a
hacer más o menos feliz a una persona. La realidad, lejos de constituir un obstáculo
permanente para alcanzar la felicidad de acuerdo con las apreciaciones
subjetivas, acaso representa una herramienta prodigiosa para lograr esta meta
de la vida a la que todo individuo aspira, en forma personalizada o a título de
la comunidad de la que forma parte.
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