Cuando hablamos de hostilidad como un elemento
característico de la personalidad o del carácter de un individuo, debemos
indagar muchas veces más profundo para encontrar el por qué de esa permanente
hostilidad hacia los otros. En muchos casos, la hostilidad constante tiene que
ver con rasgos exacerbados de inseguridad así como también de creencia en la
autosuficiencia o en la superioridad propia. Cualquiera de estos dos extremos
tiene como resultado una personalidad hostil hacia otros, ya sea por miedo, por
inseguridad, por desprecio o por intolerancia. Una persona con rasgos hostiles
siempre es una persona con la que se complica la convivencia porque muchas
veces puede significar un peligro para otros.
Sin embargo, el mayor problema de la hostilidad tiene que
ver con el hecho de que cada vez más la misma se observa en personas con
carácter otrora tranquilo o calmado. Esto es así debido al estilo de vida
exigente, estresante y rutinario que supone la modernidad: muchas veces las
personas canalizan sus inseguridades, frustraciones, miedos o preocupaciones a
través de la hostilidad hacia otros. Es común colocar entonces la
responsabilidad de actos fortuitos en otros al tratar de buscar una explicación
de por qué los mismos suceden. Si bien este tipo de hostilidad puede no ser
permanente y afectar a la persona en determinadas situaciones o circunstancias,
es notorio cómo cada vez más los ámbitos urbanos contribuyen a vínculos
sociales basados en la hostilidad, en la agresión o incluso en la violencia.
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