El miedo es una sensación asociada con lo desagradable, que
se manifiesta tanto en los seres humanos como en los animales, ante la
percepción de un concreto, inminente o futuro peligro, daño, que amenaza
ciertamente su equilibrio y tranquilidad. Al miedo lo podemos incluir dentro
del grupo de emociones primarias, que entonces se va a despertar ante la
aversión innata de los seres vivos ante la amenaza que le provoque alguien o
algo.
Será en el sistema límbico, encargado de regular las
emociones y que más precisamente se ubica en el cerebro, tanto de los animales
como de los seres humanos, donde se encuentra el mecanismo que da rienda suelta
al miedo. Es decir, allí tienen lugar la huida, la lucha, la resistencia al
dolor y todo lo inherente a la conservación de la especie.
Lo que hace este sistema es revisar en todo momento (incluso
cuando estamos durmiendo) toda la información que llega de los sentidos y esto
es posible gracias a la amígdala, que es la que controla y localiza el miedo o
el afecto, según corresponda. Entonces, cuando el ser humano o el animal
reciben una advertencia de peligro, la amígdala se activa y genera los
mecanismos de defensa que antes hablábamos, como ser la lucha, la huida, entre
otros.
Los expertos en neurociencias y conducta animal y humana
coinciden en señalar al miedo como uno de los mecanismos que desencadenan las
respuestas de tipo fight or flight, esto es, combatir o huir. En efecto, los
mecanismos bioquímicos y neurológicos que hemos mencionado se asocian con una
aceleración del ritmo cardíaco, un discreto aumento de la presión arterial, una
acentuada dilatación de las pupilas y un mayor flujo sanguíneo hacia las
extremidades. Así, el miedo produce concretos efectos físicos fáciles de
detectar y observar, sino fíjense en la siguiente lista y no me van a decir que
alguna vez no han padecido un síntoma bastante parecido o igual: palpitaciones,
enrojecimiento, estiramiento de los labios y arrugue de la frente, entre los
más obvios.
Por otro lado, será casi un hecho, que determinada situación
que nos provocó miedo, como puede ser que pasamos por una esquina y un perro
que habita allí, casi nos ataca, por esta cuestión del mecanismo de defensa
innato, hará que no la volvamos a repetir, es decir, no volvamos a pasar por
ese mismo lugar. Esta conducta de evitación está mediada biológicamente por
mecanismos de enorme complejidad que involucran a la memoria y a centros
corticales superiores del cerebro.
Además, vale recordar que un evento traumático que ha
gatillado una reacción de temor puede dejar consecuencias relevantes sobre la
conducta. Entre otras, se destaca el ahora popular trastorno de estrés
postraumático, que consiste en una adaptación patológica de la personalidad y
el sistema nervioso central, por la cual existe persistencia de los cambios
biológicos asociados con el miedo. Esto provoca graves anomalías que
predisponen a cuadros clínicos y mentales más graves.
Esto no debe confundirse con la fobia social, esto es, el
temor a determinados entornos sociales, que es en realidad una forma de
ansiedad persistente y patológica relacionada con mecanismos emparentados con
aquellos que se asocian con el miedo. Como dato de interés, tanto los animales
como el ser humano pueden corregir el miedo (agudo) y sus consecuencias
(crónico) mediante el aprendizaje, ya que al advertir que el proceso generador
del miedo es en realidad inofensivo o controlable, estos complejos aspectos
biológico se "adaptan" para modificar la conducta y alcanzar mejores
resultados.
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