lunes, 9 de enero de 2017

MIEDO

El miedo es una sensación asociada con lo desagradable, que se manifiesta tanto en los seres humanos como en los animales, ante la percepción de un concreto, inminente o futuro peligro, daño, que amenaza ciertamente su equilibrio y tranquilidad. Al miedo lo podemos incluir dentro del grupo de emociones primarias, que entonces se va a despertar ante la aversión innata de los seres vivos ante la amenaza que le provoque alguien o algo.
Seguramente no lo sepan o jamás se hayan puesto a pensarlo, pero el miedo es parte de un complejo entramado, que incluye, no solamente cuestiones y consecuencias fisiológicas primarias, sino también psíquicas.
Será en el sistema límbico, encargado de regular las emociones y que más precisamente se ubica en el cerebro, tanto de los animales como de los seres humanos, donde se encuentra el mecanismo que da rienda suelta al miedo. Es decir, allí tienen lugar la huida, la lucha, la resistencia al dolor y todo lo inherente a la conservación de la especie.
Lo que hace este sistema es revisar en todo momento (incluso cuando estamos durmiendo) toda la información que llega de los sentidos y esto es posible gracias a la amígdala, que es la que controla y localiza el miedo o el afecto, según corresponda. Entonces, cuando el ser humano o el animal reciben una advertencia de peligro, la amígdala se activa y genera los mecanismos de defensa que antes hablábamos, como ser la lucha, la huida, entre otros.
Los expertos en neurociencias y conducta animal y humana coinciden en señalar al miedo como uno de los mecanismos que desencadenan las respuestas de tipo fight or flight, esto es, combatir o huir. En efecto, los mecanismos bioquímicos y neurológicos que hemos mencionado se asocian con una aceleración del ritmo cardíaco, un discreto aumento de la presión arterial, una acentuada dilatación de las pupilas y un mayor flujo sanguíneo hacia las extremidades. Así, el miedo produce concretos efectos físicos fáciles de detectar y observar, sino fíjense en la siguiente lista y no me van a decir que alguna vez no han padecido un síntoma bastante parecido o igual: palpitaciones, enrojecimiento, estiramiento de los labios y arrugue de la frente, entre los más obvios.
Por otro lado, será casi un hecho, que determinada situación que nos provocó miedo, como puede ser que pasamos por una esquina y un perro que habita allí, casi nos ataca, por esta cuestión del mecanismo de defensa innato, hará que no la volvamos a repetir, es decir, no volvamos a pasar por ese mismo lugar. Esta conducta de evitación está mediada biológicamente por mecanismos de enorme complejidad que involucran a la memoria y a centros corticales superiores del cerebro.
Además, vale recordar que un evento traumático que ha gatillado una reacción de temor puede dejar consecuencias relevantes sobre la conducta. Entre otras, se destaca el ahora popular trastorno de estrés postraumático, que consiste en una adaptación patológica de la personalidad y el sistema nervioso central, por la cual existe persistencia de los cambios biológicos asociados con el miedo. Esto provoca graves anomalías que predisponen a cuadros clínicos y mentales más graves.
Esto no debe confundirse con la fobia social, esto es, el temor a determinados entornos sociales, que es en realidad una forma de ansiedad persistente y patológica relacionada con mecanismos emparentados con aquellos que se asocian con el miedo. Como dato de interés, tanto los animales como el ser humano pueden corregir el miedo (agudo) y sus consecuencias (crónico) mediante el aprendizaje, ya que al advertir que el proceso generador del miedo es en realidad inofensivo o controlable, estos complejos aspectos biológico se "adaptan" para modificar la conducta y alcanzar mejores resultados.

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